23 de diciembre de 2008

El Escudo de la Habana



La Habana: onomástico de un símbolo.

Dice Domingo Figarola-Caneda en su ensayo Escudos primitivos de Cuba, cómo desde la entonces ciudad de San Cristóbal de la Habana se envió a la Corona la solicitud, no de concesión, sino de confirmación de las armas que «desde tiempos inmemoriales» viene usando la ciudad, solicitud que fue recogida en Acta del Cabildo, de enero del “año de gracia” de 1665. La Habana, para aquel entonces, y aunque desde 1552 disfrutaba del título de ciudad, era un villorrio de acalorados callejones y pestilencias urbanas. Para la construcción de un edificio público, algún ilustre lugareño tuvo la genial idea de incluir el escudo de armas de la ciudad en la arquitectura de la fachada, y es así cuando caen en la cuenta que San Cristóbal de la Habana no recordaba haber obtenido alguna merced de este tipo, de manera que hacen una peligrosa solicitud que mejor, no pudo salir.



Según la exquisita investigación del Dr. Ezequiel García Enseñat sobre el escudo de la Habana, se documenta un interesante antecedente de las armas habaneras, este es el emblema que se constata en las mazas de poder del gobernador D. Juan Vitrán de Viamonte. El emblema se reduce a la silueta o contorno aproximado de tres fortalezas militares, una de ellas, al menos, abaluartada (que debe corresponde al castillo de la Real Fuerza Vieja), en situación de triángulo, y unidas por una línea, y al centro una llave. Es el actual emblema de la Oficina del Historiador de la ciudad de la Habana.

Si tenemos en cuenta que la última de las tres fortalezas militares, el castillo de los Tres Reyes Magos del Morro, fue terminado en 1630, es imposible que desde antiguos tiempos, los habitantes de San Cristóbal usasen las armas que clamaban haber recibido en merced cuando la solicitud fue hecha 35 años después. Por tanto, pensamos que, para evitar trámites más angustiosos y dilatados, y que la Corona solicitara informes sobre el diseño, etc., el Gobernador y Capitán General D. Francisco Dávila y Orejón usó el adjetivo “inmemoriales” quizá para agilizar un tanto los trámites y que no se perdiera tiempo solicitando otros documentos. Y el recurso dio resultado: por Real cédula de 30 de noviembre de 1665, la Reina Gobernadora D.ª Mariana de Austria, Regente ante la minoridad de D. Carlos II, último rey de la Casa de Habsburgo, confirmó las armas de la Habana y afortunadamente las describió, en tanto no existía copia de alguna otra Real merced que concediese blasones a la ciudad cubana. La Real cédula de concesión decía lo siguiente:

“La Reyna Gouernadora Porquanto laciud, de san xptoual de la Havana encarta de Veynte y dos de mayo de este año a representando que con el trans curso del tiempo no se a podido hallar (aunque se a buscado) El origen de la merced, que le está hecha de Tener por armas tres castillos y Vna llaue en campo azul señal de su fortaleza y del Valor con que sus naturales y Vesinos La defendieron como La de fenderán en las ocasiones que se ofrecieran y para honor y lustre deladhaciud, en los siglos venideros.”

Han transcurrido, desde entonces, 340 años. Y durante todo ese tiempo el escudo habanero ha permanecido y afianzádose en la identidad de la Ciudad al punto que, aunque ahora la Habana, como urbe, es una provincia, el gobierno lo continúa usando. Sin embargo a pesar del Real documento de concesión, las armas habaneras fueron objeto del más arbitrario y diverso diseño, desde la posición de sus piezas hasta sus propios adornos, desde su confirmación hasta el resoluto Acuerdo de su Ayuntamiento.

La posición de los blasones era altamente variable; se pueden ver los castillos bien o mal ordenados, puestos en faja o sobre campo de sinople, y en los últimos años de la época colonial y primeros de la República se introdujo un entado en punta, de plata, con el anagrama de la Ciudad en letras de sable, en el escudo de la Ciudad, sin duda Armas apócrifas; en cuanto a los adornos, algunos indebidamente timbraron el escudo con la Corona Imperial y agregaron el Collar del Toisón de Oro, como emblema de lustre, aunque la Corona jamás concedió tales honores. Es así que en 1938, D. Emilio Roig de Leuchsenring propone poner orden al caos imperante con relación al escudo habanero, y solicita del Dr. Ezequiel García-Enseñat sus profundos conocimientos heráldicos. La investigación que presentó García-Enseñat es realmente exquisita, y su propuesta de armas es la que, desde el 11 de noviembre de 1938 ostenta la Ciudad de la Habana, ora municipio ora provincia. El diseño propuesto trajo orden y serenidad a las piezas del blasón, quedaron los castillos puestos en una faja, y esmaltados en plata; la llave debajo, dorada; por adornos las ramas de encina, atadas de azur; y por timbre, la majestuosa Corona mural de la Ciudad, única de su tipo en el mundo en tanto Cuba, por la falta de legislación simbológica, ha adoptado el sistema de identificación en sus coronas murales.

Noviembre ha quedado en la historia, entonces, como el mes del escudo habanero, el día 30 recibió su Real cédula de confirmación en mediados del s. XVII y el día 11, pero del s. XX se oficializó por el Ayuntamiento de la Habana; su diseño tiene piezas que nos confirmó la Corona (diseño interior), pero que indiscutiblemente nacieron aquí, y otros tantos rasgos cívicos asociados históricamente al sistema republicano (adornos). En este mes de noviembre se cumplirán 340 años desde que fue concedido el escudo por la Corona española y 67 desde que se oficializó por el Ayuntamiento. Desde esta tribuna invitamos respetuosamente a las autoridades civiles, historiadores y pedagogos de la Provincia, celebren esta memorable fecha del escudo más antiguo que tiene nuestra patria en uso oficial.

El escudo de la Habana es muestra de la sencillez y sobriedad que deben caracterizar una cota de armas en todo momento. Son solamente tres castillos y una llave, puestos en un campo esmaltado en azur. Así deben ser los escudos de sencillos, elemento que contrasta enormemente con los nuevos escudos de algunos municipios del país que se intentan recargar demasiado con el empleo de todos y cada una de las actividades del territorio, de su historia, de su economía, de sus mártires, y todo, para colmo, en el marco del iconografismo realista que tanto ha dañado nuestro patrimonio heráldico. Recordamos que los escudos son símbolos, y se forman con piezas, particiones y muebles que son, a su vez, símbolos también; de esta manera una pintura no es un escudo de armas, y es esto lo que llamamos iconografismo: pintar un paisaje dentro de un campo heráldico. Otras veces encontramos que la descripción que se ofrece es coherente y perfectamente heráldica, sin embargo el error recae sobre los artistas encargados de llevar el diseño descrito a la obra de arte. Como lamentables antecedentes contamos con los ”escudos” de las provincias de Villa Clara y Holguín —que ojalá sean liberados de esas marcas infamantes—. Decimos infamantes, no por desmeritar a sus autores ni a la provincia, sino porque cuando un escudo de armas es confeccionado y entronizado como tal en contra de las leyes y preceptos se denominan “Armas Falsas o Faltas al Arte”; ¿cómo explicaríamos entonces que escudos provinciales son en realidad “falsos”, según las leyes heráldicas? Y es que tanto para diseñar un escudo de armas, como una bandera, como un paisaje en el caso de la pintura, se requiere dominio de la materia, y lamentablemente los creadores de nuestros escudos cívicos han sido más pintores que heraldistas, porque es indiscutible que la heráldica es ciencia, pero también y sobre todo, es Arte.


Maikel Arista Salado y Hernández
La Habana, y 13 de julio del 2005

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